Una brisa golpea mi mejilla, mientras observo como el orgullo se aleja a pasos agigantados desde los ojos que lo vieron nacer.
Las hojas del otoño ya se pueden sentir bajo los pies, mis ojos perciben matices distintos, ya no son los suaves sonidos de infancia, ni las premisas anteriores, ahora son los tiempos en que el reloj avanza más rápido, pero con seguridad, pendiente de la intencionalidad de cada presencia cercana, de cada mirada lejana.
Puedo tocarme y sentir el pasado texturizado en mi piel, dejando que el tiempo borre cada pigmento de ayer.
Voces nuevas que aún no quiero escuchar, que aún mis manos no quieren tocar.
Sentir, sólo sentir.
Sentir, sólo sentir.