Con armoniosa expresión, fingida sonrisa y marcada hipocresía caminan los rostros por mi lado, llenos de una delirante vida, capaz de absorber los sentidos y hasta una amarilla hoja tirada sobre el gris suelo, pisoteada por millones de prejuicios.
Las siluetas de tornan grises, sin aroma ante el olfato de mis ojos, sin objetividad ante la visión de mis labios, sin sonido ante el oído de mi piel y sin roce ante el tacto de mi sexto sentido, pues mi raciocinio tiene autonomía desde que aprendí a “decir no”.
Basta con liberar un cúmulo de intuiciones, para superponer la disyuntiva y dar rienda suelta a la pavimentación de proyecciones y frustraciones, doblegando instinto-razón, amor-odio, agua y aceite…
La sabiduría se encuentra escondida y atemorizada, acompañada solo por algunos, de los cuales aun no saben que están ocupando un lugar en la gran mesa de esta y otras vidas y que en menos de un parpadeo, serán testigos omniscientes de su propio pasado.